Agricultura

Campo de Dalias (El Ejido) sobre el 1860En este país tan dado a admirar el trabajo ajeno, El Ejido puede parecer una excepción de las que tanto hemos envidiado en nuestras conversaciones o en artículos de prensa que hablaban de «milagro Alemán», de «milagro Holandés» o de «milagro Israelí» para definir el duro trabajo del hombre por poner en pie una tierra.

Pues bien, ya tenemos un ejemplo español de eso que tanto echamos siempre en falta a lo largo de la reciente historia de este siglo que acaba, el Poniente almeriense en su globalidad y, como más conocido y destacado símbolo de él, el pueblo de El Ejido.

Hace no mucho, porque la historia es larga, menos de seis décadas, un joven oficial del ejército británico que venía de luchar en la Primera Guerra Mundial y que se instaló en la Alpujarra , Gerald Brenan, tuvo que bajar desde Yégen a Almería para recibir un dinero que le habían enviado desde Londres. Llegó a Ugíjar, descendió hasta Berja. desde ahí a Dalías y siguió caminando. Atravesó, según afirma en Al sur de Granada, «un desierto llamado Campo de Dalías .

Corría el año 1921 y no es exagerado afirmar que Brenan, británico, tenía la impresión de encontrarse en otro continente muy distinto al de la industrializada Inglaterra de origen, o al de la Alemania vencida, pero ya una potencia industrial, o al del mismo norte de España de la industria catalana o vasca. Hoy, sólo seis décadas después, el Poniente almeriense, y El Ejido su capital oficiosa, no tiene nada que envidiar por potencial económico a ninguna comarca europea.

La leyenda de El Ejido es reciente, muy reciente, por más que su historia se estire hacia atrás en el tiempo hasta la friolera de cinco mil años, en los tiempos prehistóricos de Ciavieja, el asentamiento de cabañas circulares con zócalos de piedra que, mediado el tercer milenio antes de Cristo, iniciaba la dura, y tantas veces interrumpida, batalla del hombre con la tierra de estos llanos al sur de la sierra de Gádor. La extensión del cultivo de cereales, leguminosas y vid permite que la historia vaya avanzando y Ciavieja vive también la cultura argárica, que ha dejado sus restos en dos tumbas, fechadas en el 1800 y el 1500 antes de Cristo.

Sin embargo, dos siglos después de este último enterramiento la agricultura va convirtiéndose en agricultura de subsistencia y Ciavieja inicia una lenta decadencia que duraría hasta época romana, cuando Murgi, la antigua Ciavieja y la posterior El Ejido, alcanzó el rango de municipio (años 70 antes de Cristo) y desarrolló una próspera vida económica y social de la que puede dar perfecta idea el rico atuendo de joyas encontrado en la tumba de Poncia Maura. Murgi, que llegó a contar con termas y circo, fue un extenso municipio que, sobre la base de las tareas agrícolas, constaba, además de con su asentamiento central en la antigua Ciavieja, con diferentes núcleos dependientes como el de Turaniana (en la Ribera de la Algaida de Roquetas), con asentamientos rurales (entre las haciendas de Onáyar y Tarambana entre ellos) y con puerto, el de Guardias Viejas.

Una próspera agricultura basada en la canalización de las aguas del arroyo de Celín y en el régimen de propiedad dividida daba una buena producción de cereales, había actividad ganadera y se practicaba la pesca. Murgi era, pues, un municipio rico marcado, como volvería a sucederle dos mil años después, por el intenso trabajo de sus gentes.

Para el Siglo III después de Cristo, la propiedad dividida fue dando paso a una cada vez mayor concentración de la propiedad de la tierra que culminó en un rápido proceso de ruralización y latifundio (Onáyar y Tarambana entre ellos) que acabó cuatro siglos después con el despoblamiento de la Murgi romana, aunque la riqueza de la zona permitió que la vida del municipio mantuviera entre tanto una significativa pujanza económica que permitió la construcción de mansiones como la que albergó al mausoleo de Daimuz o la transformación de una antigua villa en centro industrial en Onáyar, que para el siglo IV compartía con Murgi la máxima influencia en la Subirzona.

Viña de Dalias sobre 1860La llegada de los árabes tras el paréntesis bizantino y visigodo se produjo con una antigua Murgi abandonada y con una población diseminada y empobrecida, periódicamente diezmada y atrasada. Se iniciaron, con dicha llegada, unos tiempos mejores para lo que hoy es El Ejido, pero el viejo esplendor romano estaría lejos de ser alcanzado, porque la cultura árabe era distinta y favoreció la primacía de asentamientos como los existentes en el valle de Dalías (Ambroz, Celín, El Hizán, Obda, Almecete). La preponderancia de Dalías fue desde entonces clara, y a ella correspondieron tanto la distribución de aguas como la asignación de producción, que en el caso del «campo de Dalías» fue primero el de cereales y la ganadería y más tarde, desde finales del XII, casi exclusivamente ganadera.

La importante ingeniería del agua que caracterizó la cultura árabe dejó honda huella en la antigua Murgi y actual El Ejido, como la prueba la estructura de pequeños aljibes anteriores al siglo XV (Damuz, Hoyuela de Onáyar, Tereras, Quebrado) y los más grandes y sofisticados posteriores (Toril, Fabriquilla de la Mujer , Galiana, Boque, Navarro, Artos, Algarra, Seco).

Tras la caída de el Reino de Granada, toda la zona de Dalías conservó mayoría de población morisca, muy superior a la de los repobladores cristianos viejos. La actividad agrícola se mantuvo gracias a la fuerte presencia de moriscos, que continuaban desarrollando la sabiduría agraria árabe, pero la inestabilidad política redujo bastante la actividad pesquera de Balerma y Guardias Viejas.

Sin embargo, fue la ganadería lo que más peso continuó teniendo en el «campo de Dalías», zona del actual El Ejido, que llegó a albergar rebaños llegados de otras zonas para invernar. La actividad ganadera continuó después, tras la rebelión de los moriscos y su expulsión, y junto a la agricultura y, más intermitentemente, la pesca del litoral permaneció siempre como las bases de la vida de un El Ejido dependiente de Dalías que se extendía por el llano en cortijadas o pequeñas barriadas hasta el gran auge de después de los años Cincuenta, cuando los proyectos de colonización dieron lugar al nacimiento de la agricultura intensiva que ha culminado en ese auténtico emporio económico que es el Poniente almeriense, y del que El Ejido es sin duda alguna el principal centro.

El Ejido, visto desde Sierra de Gador

Perteneciente al municipio de Dalías hasta 1982, El Ejido es hoy un municipio de 50.000 habitantes conocido en el mundo entero por su exportación hortofrutícola, y centro de una de las comarcas agrícolas más productivas de Europa. Sus más de 10.000 hectáreas de invernaderos son parte importante de esa economía muy interrelacionada y comercializada de lo que siempre se llamó Campo de Dalías, hoy puntal imprescindible de la economía andaluza. Los datos no ofrecen lugar a dudas.

La evolución de lo que es hoy el término municipal de El Ejido respecto a Dalías núcleo y a la totalidad de lo que fue el municipio antes de la segregación de 1982 es clara: en 1900 el municipio de Dalías contaba con algo más de 7.000 habitantes de los que 4.800 estaban en la villa y ni siquiera 2.500 en los núcleos de la llanura; en 1930, los 11.000 habitantes del término municipal se distribuían por partes iguales entre dalías y la zona de El Ejido; en 1960, de los 14.500 habitantes totales, sólo 4.300 estaban en Dalías villa, y más de 7.000 en El Ejido y anejos; hoy, el término de El Ejido cuenta con 50.00 habitantes de los cuales unos 30.000 están en el pueblo de El Ejido, 7.000 en Santa María del Águila; 4.000 en Las Norias; más de 3.000 en Balerma; y más de 2.000 en Matagorda ySubir  San Agustín.

Cultivo de pepino bajo invernaderoDesde 1970 a nuestros días, el número de hectáreas de invernadero se ha multiplicado en el término municipal de El Ejido por más de 400 y hoy superan con creces las 10.000, un tercio de las del Poniente en su totalidad. La producción del Poniente se acerca a los dos millones de toneladas métricas y su valor económico a los 150 mil millones de pesetas, de los que El Ejido dispone igualmente de alrededor de un tercio.

Por eso no es exagerado hablar de «milagro económico«, milagro económico que es milagro científico en el aprovechamiento del agua y en el desarrollo de los métodos de cultivo, que es milagro organizativo en el avance paulatino de alhóndigas y comercializadoras, que es milagro industrial en el desarrollo de cuanto rodea la agricultura, hoy lo más embrionario de la economía ejidense y, en general, del Poniente almeriense, pero ya en pujante progreso, que es milagro demográfico en su crecimiento de un 500% de la población en menos de medio siglo, en su captación de mano de obra inmigrante y en la composición de su población, muy joven, que es milagro humano, como todo milagro que la historia ha conocido: milagro de trabajo para hacer de una tierra muy dura la tierra más fértil, milagro de imaginación para ir resolviendo los problemas que algo completamente nuevo ha ido planteando a colonos, empresarios, profesionales y administraciones.

Sin embargo, El Ejido no es sólo su potencial, inmenso potencial agrícola, por más que sea su actividad principal y su faceta más conocida en el mundo entero. El Ejido es ya, además, una gran ciudad con la vida social que muchas capitales de provincia españolas distan de tener, desde la concentración de oficinas bancarias (se dice que el índice más alto en territorio español) hasta su comercio, desde sus equipamientos sanitarios o educativos hasta acontecimientos culturales de la importancia del Festival de Teatro, uno de los principales de España, que ha alcanzado prestigio tal como para ser sede del estreno mundial de una obra de El Joglars.

Y El Ejido no es sólo el núcleo central de su término municipal y las barriadas de vida completamente centrada en la agricultura, sino también el atractivo pueblo costero de Balerma y su buena pesca y el espectacular centro turístico de Almerimar, sede de un magnífico puerto deportivo y una de las estaciones de veraneo mejor resueltas del Mediterráneo español, ejemplo de modernidad basada en la imprescindible calidad de los servicios, ya sea de práctica deportiva como la navegación o el golf, ya sea hotelera o gastronómica.

El Ejido es, hoy, tierra de leyenda, de la epopeya de una población trabajadora hasta la extenuación e imaginativa hasta lo imposible, de la aventura de mejorar día a día en todo, porque el crecimiento ha sido tan rápido que ha dejado a menudo aristas sin pulir que los ejidenses tienen claras y van acometiendo día a día, desde el problema de la salinización de los acuíferos que será prontamente resuelto hasta la escasez, aún, de algunos servicios básicos que no por estar ya en marcha dejan de ser embrionarios, desde una red viaria interior al Poniente aún insuficiente hasta sistemas de más rápida recogida de un material de descarte que, como en toda zona de febril actividad, abunda.

Sobre Ciavieja y Murgi, El Ejido llega pletórica al nuevo Milenio. Su esplendor es mayor que nunca, y eso que este pueblo del Campo de Dalías tuvo, como hemos visto, épocas doradas como la romana, la que nos dejó para la reflexión un Daimuz que merece la pena contemplar despacio para saber lo que se le puede legar a las generaciones venideras y pensar que Murgi fue grande por la sabiduría de una técnica agrícola, la romana; o como la árabe, la que nos dejó para esa misma reflexión estos aljibes que merece la pena contemplar despacio para saber lo que se le puede legar a las generaciones venideras y pensar que » la Dalías del llano» mantuvo durante siglos su pujanza por la sabiduría de otra técnica agrícola, la árabe. El Ejido, que formó parte de esas dos grandes culturas agrícolas, es hoy la que le da al mundo, y a las generaciones venideras, una nueva cultura agrícola: la que ha fraguado, junto a toda una comarca, con su esfuerzo, con su imaginación y con su inteligencia.

Y es que aquel «desierto llamado Campo de Dalías» del hispanista británico Gerald Brenan es hoy una de las mayores concentraciones agrícolas del mundo.